Alrededores de Marrakech
La relevancia histórica de Marrakech, una de las cuatro ciudades imperiales del país, la explica en buena medida su emplazamiento estratégico entre el océano Atlántico, las montañas del Atlas y el desierto del Sáhara. Este factor la convierte en una verdadera encrucijada de caminos, poniendo a disposición del viajero que pernocta en ella todo un abanico de posibilidades, a cada cual más atractiva.
Para comenzar, y sin apenas salir de Marrakech, vale la pena abandonar por unas horas el bullicio de la medina y asomarse a los preciosos jardines de Majorelle, una encantadora propiedad que fue adquirida en 1980 por el diseñador francés Yves Saint Laurent y en la que se reúnen hasta 300 especies vegetales procedentes de todo el mundo. Asimismo, los jardines de la Menara os permitirán disfrutar, junto a su lago artificial y con la cordillera del Atlas como telón de fondo, de una de las puestas de sol más bellas que pueden contemplarse en Marrakech.
Tomando un poco más de distancia respecto a la Ciudad Roja, los amantes de la naturaleza pueden poner rumbo al monte Tubqal para ver las cumbres nevadas del pico más alto del país, refrescarse en las cascadas de Ouzoud, admirar los increíbles paisajes esculpidos por la erosión en la garganta del Dadès o desplazarse hasta Merzouga para emprender una ruta por el desierto. Allí, a salvo de la contaminación lumínica propia de las ciudades, se puede contemplar un cielo estrellado que enamora a cualquiera.
Mención aparte merecen la alcazaba de Ait Ben Haddou o la ciudad de Ouarzazate, cuya belleza no ha pasado inadvertida para los productores de Hollywood. Prueba de ello es que algunas escenas famosas de Juego de Tronos, Star Wars, La Joya del Nilo, Gladiator, La momia o Lawrence de Arabia fueron rodadas aquí. La cercana localidad de Skoura, por su parte, suele pasar desapercibida para la mayoría de los turistas. Sin embargo, vale la pena dirigirse hasta la misma y avanzar unos kilómetros por carreteras de arena para descubrir el impresionante palmeral que el sultán almohade Yaqub al-Mansur ordenó plantar en pleno siglo XII.
Por si esto fuera poco, la costa de Marruecos también presenta alternativas muy interesantes, como las playas de arena blanca de Agadir, donde el buen tiempo está garantizado 300 días al año, y la bella Essaouira, una población asomada al Atlántico cuya estética nos traslada inmediatamente a una localidad portuguesa. Sus casas blancas, el color en los marcos de las puertas y ventanas, el pavimiento de las calles y hasta los azulejos geométricos que las ornamentan se empeñan en recordarnos que esta zona del país permaneció bajo dominio luso entre los siglos XV y XVIII.
Finalmente, Casablanca, convertida en la capital financiera de Marruecos, aguarda 200 kilómetros al norte, custodiando la mezquita de Hassan II —la más alta del mundo— y un nada desdeñable muestrario de arquitectura del siglo XX en el que se dan cita el art decó y el neo-morisco, entre otras propuestas de gran interés.
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