Medina de Marrakech
La medina de Marrakech ofrece un paisaje urbano lleno de contrastes. Seguramente muchos la asocien con el caos, el bullicio y la agitación de sus plazas y mercados. Sin embargo, esta apreciación es demasiado reduccionista, pues obvia por completo la calma que se respira en los patios de sus riads —bellos palacios tradicionales— o en los jardines de sus mezquitas.
En efecto, Marrakech no tiene ni una ni dos caras. Es una ciudad poliédrica en la que los minaretes y las palmeras sobresalen por encima de los tejados, los puestos de comida emergen en cualquier rincón como por arte de magia y el sol brinda unos atardeceres inolvidables.
La plaza Jemaa el-Fna es seguramente el punto que mejor evidencia esa faceta camaleónica de la ciudad marroquí. Considerada el epicentro de la localidad, de día es un hervidero de vida por el que transitan locales y turistas a pie, en bici o en moto, pudiendo encontrarse en ella desde tatuadores hasta encantadores de serpientes. Al caer la tarde, vale la pena subirse a alguna de las terrazas de los cafés que la rodean para contemplar cómo el sol desaparece junto al minarete de la mezquita Kutubía, momento en el cual la plaza se llena de puestos de comida y adquiere una nueva dimensión.
Pero regresando al minarete de la mezquita Kutubía, magnífico testimonio del pasado almohade de Marrakech, hemos de advertir al viajero de que en él hallará siempre un faro fiable para orientarse en caso de pérdida. Con 70 metros de altura, esta construcción, rematada con cuatro esferas de bronce, fue el modelo que inspiró la Giralda de Sevilla y la torre Hasán de Rabat.
Desgraciadamente, los no musulmanes no pueden visitar el interior de la mezquita Kutubía, pero no hay de qué preocuparse, ya que la medina reúne otras edificaciones que permitirán al viajero enamorarse de la delicadeza ornamental de la arquitectura de Marruecos. Es el caso del palacio de la Bahía, un complejo levantado a finales del siglo XIX con la pretensión de convertirse en el recinto palaciego más espectacular del mundo. Su extensión total alcanza las ocho hectáreas, presentando 150 estancias decoradas con materiales nobles, entre los que destacan los azulejos del Rif o la madera de cedro del Atlas.
Asimismo, los patios del Museo Dar Si Said y la Madrasa Ben Youssef os permitirán conectar con esa otra Marrakech que rechaza el ruido y la aceleración invitando a disfrutar del espectáculo visual conformado por los coloridos zócalos de azulejos y las yeserías que visten sus paredes.
Ahora bien, vale la pena regresar al bullicio para pasear por el mágico zoco de Marrakech y recrearse en los colores, sonidos y olores de sus puestos. En ellos podréis adquirir especias, alfombras, joyas, lámparas, instrumentos musicales y un largo etcétera. Entre toda esta oferta, es conveniente dirigirse al zoco de los tintoreros, donde aún se conservan las técnicas tradicionales de teñido, y al de las babuchas, que representa toda una explosión cromática.
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