Benidorm no es una ciudad que se visite: es una ciudad que se atraviesa como un sueño o una alucinación. Rascacielos que parecen brotar de la arena, ancianos en patinete eléctrico, pubs irlandeses bajo palmeras y un skyline que recuerda más a Miami que a Alicante. En este escenario casi surrealista, el Puerto Deportivo de Benidorm aparece como un respiro, un rincón donde la ciudad se asoma al mar con cierto pudor. Situado entre la playa de Poniente y el cerro de Canfali, este pequeño puerto no presume de grandeza, pero sí de autenticidad. Y es ahí donde reside su encanto: en ser, quizá, el último reducto náutico de una ciudad que ya no pesca, pero que sigue soñando con el mar.

  1. Historia y contexto del puerto de Benidorm: redes viejas bajo las luces de neón
  2. Qué ver y hacer en la zona: de visitar la cercana isla de Benidorm a perderse por el Casco Antiguo
  3. Dónde comer: paellas, mejillones y pulpo al borde del muelle

Historia y contexto del puerto de Benidorm: redes viejas bajo las luces de neón

Antes de que los hoteles con nombres anglosajones ocuparan la línea de costa y las terrazas se llenaran de sangría, Benidorm era un humilde pueblo marinero. En el siglo XIX, sus gentes vivían de la pesca de almadraba y del transporte de mercancías por mar. No existía aún un puerto propiamente dicho, pero sí un núcleo de actividad marítima intensa, con barcos que zarpaban hacia Argelia, Marsella o La Habana. Los hombres partían a faenar durante semanas y las mujeres tejían redes o vendían pescado en tierra.

Puerto en Benidorm

El primer paso hacia la construcción del puerto llegó con un espigón de piedra en los años 20 del siglo pasado, que ofrecía algo de abrigo a las embarcaciones. Pero no sería hasta la década de 1960, con el boom turístico que transformó por completo la ciudad, cuando el puerto adquiriera una verdadera infraestructura náutica. En 1963 se funda el Club Náutico de Benidorm, con apenas una caseta de madera y algunos amarres.

A medida que los turistas tomaban las playas y los apartamentos crecían como setas, el puerto fue adaptándose, sin perder del todo su esencia. Hoy, con capacidad para unas 100 embarcaciones y servicios básicos para los navegantes, el Puerto Deportivo conserva algo del viejo espíritu pesquero en una ciudad que ha vendido casi todo lo demás.

Qué ver y hacer en la zona: de visitar la cercana isla de Benidorm a perderse por el Casco Antiguo

El Puerto Deportivo de Benidorm no es de grandes dimensiones, pero su localización lo convierte en un punto estratégico para explorar algunos de los rincones más curiosos y encantadores de la ciudad. Desde aquí zarpan pequeñas embarcaciones hacia la Isla de Benidorm, un islote misterioso que flota frente a la costa como una tortuga dormida. Se puede llegar en catamarán o en barco turístico en apenas 20 minutos. Las aguas que la rodean son ideales para el snorkel y el buceo: una reserva marina llena de vida.

También es posible alquilar motos de agua, tablas de paddle surf o incluso realizar excursiones de pesca de altura. Quienes prefieran mantenerse en tierra firme pueden pasear por el Parque de Elche, un rincón tranquilo con bancos bajo palmeras y estatuas que miran al mar. Justo al lado, la playa del Mal Pas, una cala recogida y sorprendentemente serena, ofrece una alternativa más íntima a las concurridas Poniente y Levante. Y desde el puerto, subiendo por el siempre populoso Pg. de la Carretera, uno puede perderse por el encantador Casco Antiguo de Benidorm.

Para los nostálgicos del Benidorm que fue, hay otro aliciente: en la misma zona del puerto, frente a la entrada del Club Náutico, hay todavía algunos pescadores mayores que reparan redes y observan las aguas con ojos de quien ha vivido toda una vida en ellas.

Dónde comer: paellas, mejillones y pulpo al borde del muelle

El entorno del puerto está repleto de lugares donde saciar el apetito sin perder de vista el mar. Una de las mejores opciones es el Restaurante Club Náutico Benidorm, que, sin grandes pretensiones, ofrece una cocina honesta basada en productos frescos: calamares a la andaluza, fideuás, arroz del señoret y pulpo a la gallega. Todo acompañado de vinos blancos fríos y la brisa del Levante.

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A pocos pasos, en el Paseo de Colón, hay bares y restaurantes de todo tipo. Desde terrazas donde tomar unas tapas con vistas al puerto hasta locales especializados en cocina mediterránea contemporánea. El Restaurante La Mejillonera, por ejemplo, ofrece cazuelas de mejillones en múltiples versiones, mientras que en La Posada del Mar se pueden degustar arroces y pescados a la sal con una ambientación más cuidada.

Y si el día se alarga, no hay que perderse el atardecer desde la plaza del Castillo, justo encima del puerto. Desde allí, la ciudad se tiñe de oro y el puerto brilla como un farolillo antiguo en medio de los reflejos modernos.