Faro no busca deslumbrar a primera vista. Su encanto reside en los detalles: en los lienzos de muralla árabe que aún rodean la Vila Adentro, en las piedras romanas reutilizadas en los muros de las iglesias, en los conventos reconvertidos en museos y en los tejados donde anidan cigüeñas desde hace siglos. Situada en el extremo sur de Portugal, a apenas diez kilómetros del aeropuerto internacional y junto a la reserva natural de la Ría Formosa, Faro ha sido punto de paso para fenicios, romanos, árabes y cristianos. A diferencia de otras ciudades del Algarve, su perfil urbano no está definido por grandes playas sino por siglos de historia superpuestos. Desde la antigua Ossonoba —ciudad romana de cierto peso comercial— hasta las reconstrucciones tras el terremoto de 1755, Faro ha sido destruida y reconstruida más de una vez, pero nunca borrada. El viajero que se detiene en ella encuentra un casco antiguo que ha sobrevivido a temblores, invasiones e incendios, y donde cada piedra tiene algo que decir. Aquí, el tiempo no se ha detenido, pero ha aprendido a convivir con su convulsa memoria.

  1. Historia de Faro: de la ‘Ossonoba’ romana a los saqueos y terremotos que han marcado su identidad
  2. Lugares imprescindibles que ver en Faro: un mapa de secretos abiertos a todos
  3. Qué visitas realizar cerca de Faro: islas, aldeas y salinas que brillan al sol
  4. Qué restaurantes recomendados hay en Faro: tabernas tradicionales y de autor para saborear el Algarve

Historia de Faro: de la ‘Ossonoba’ romana a los saqueos y terremotos que han marcado su identidad

Fundada probablemente en tiempos prerromanos bajo el nombre de Ossonoba, Faro fue una ciudad portuaria de gran importancia durante la dominación romana, gracias a su posición estratégica frente a la laguna de la Ría Formosa. Las excavaciones arqueológicas han sacado a la luz mosaicos, monedas y restos de villas que dan testimonio de esta etapa de esplendor comercial y marítimo. Sin embargo, sería bajo dominio musulmán, entre los siglos VIII y XIII, cuando la ciudad adquiriría su carácter más duradero: los muros defensivos, los callejones laberínticos del casco antiguo y parte de las infraestructuras hidráulicas provienen de este período en que se conocía como Santa María Ibn Harun.

Conquistada por los cristianos en 1249, Faro pasaría a formar parte del Reino de Portugal y conocería un nuevo impulso gracias a su puerto, que facilitó el comercio con el norte de África y el Mediterráneo. A finales del siglo XVI, la ciudad sufrió el saqueo del corsario inglés Robert Devereux, conde de Essex, que destruyó gran parte de su patrimonio, incluida su valiosa biblioteca episcopal. Más tarde, en 1755, el terremoto de Lisboa causó daños severos, aunque no tan devastadores como en otras ciudades cercanas.

A pesar de estas heridas históricas, Faro ha sabido conservar capas superpuestas de su pasado. La muralla medieval se mezcla con palacetes barrocos, la Sé de Faro se alza sobre cimientos romanos y visigodos, y todavía hoy se pueden ver restos de la puerta árabe en el Arco da Vila. La historia de Faro no es lineal, sino una sucesión de reconstrucciones, de silencios y reapropiaciones que le dan a la ciudad su tono particular: el de una belleza serena, curtida por el tiempo.

Lugares imprescindibles que ver en Faro: un mapa de secretos abiertos a todos

Marina de Faro: la esencia marinera del Algarve

Situada a pocos pasos del centro histórico, la Marina de Faro no es simplemente un puerto deportivo, sino un espacio donde la ciudad respira mar. Su construcción moderna convive armónicamente con la arquitectura tradicional del entorno, en un enclave que se extiende junto a la Avenida da República y sirve de antesala a la vida marinera del Algarve. Las aguas tranquilas del canal permiten reflejos perfectos de los mástiles, y es habitual ver pequeñas embarcaciones de pescadores atracadas junto a veleros privados, como si la tradición y el turismo hubiesen aprendido a compartir muelle.

Casco antiguo desde la Marina de Faro

Pasear por su orilla al atardecer es casi un rito: los colores del cielo se mezclan con los del agua, y las terrazas se llenan de viajeros y locales que toman café mientras observan el ir y venir de los barcos. Desde aquí parten muchas de las excursiones hacia la Ría Formosa, especialmente en catamaranes y lanchas que ofrecen visitas a las islas cercanas. La marina es también un lugar de cultura informal: es frecuente encontrar músicos improvisados, ferias de libros usados, exposiciones al aire libre o artistas callejeros retratando con carboncillo la silueta de los barcos. 

Arco da Vila: un umbral hacia el pasado

Este arco monumental del siglo XIX no solo es una de las entradas más fotogénicas al casco antiguo, sino también una puerta simbólica entre épocas. Fue erigido en 1812 sobre una antigua puerta árabe, cuya estructura todavía puede verse en el interior del pasadizo. El diseño es obra del arquitecto italiano Francisco Xavier Fabri, quien también participó en otros edificios neoclásicos del sur de Portugal. La fachada, coronada por una estatua de Santo Tomás de Aquino, combina elegancia y sobriedad, y da paso a un mundo donde el ritmo cambia y los siglos se amontonan.

Pasar bajo el Arco da Vila es algo más que un gesto turístico: es una transición hacia un Faro de callejones, de murallas viejas y ecos mudos. La puerta formaba parte de la muralla defensiva medieval que protegía la ciudad, y está declarada Monumento Nacional. Justo a su lado, se encuentra la sede del Ayuntamiento, instalada en el antiguo Palacio Episcopal, lo que refuerza el carácter institucional y simbólico de esta entrada. El sonido se amortigua al cruzarla, como si las piedras guardaran respeto por la historia que aún las habita.

Casco Antiguo: Vila Adentro, callejeando hacia los orígenes de Faro

Tras cruzar el Arco da Vila, uno entra en la Vila Adentro, el núcleo amurallado de Faro. Sus orígenes se remontan a la época romana, cuando aquí se encontraba la ciudad de Ossonoba, núcleo portuario de notable importancia. Las calles empedradas serpentean siguiendo trazados medievales, y muchas fachadas conservan ventanas de rejas forjadas y escudos nobiliarios. Los restos de la antigua muralla árabe aún se adivinan en varias esquinas, y el conjunto urbano ha sido cuidadosamente preservado, sin ceder a la prisa del turismo masivo.

Pequeñas plazas como la Largo da Sé ofrecen remansos de sombra bajo naranjos centenarios, mientras las cigüeñas anidan en lo alto de los edificios históricos. Aquí se encuentran varios de los monumentos más emblemáticos de Faro, como la Catedral, el Palacio Episcopal, la Iglesia de São Francisco o el Museo Municipal. Pero más allá del listado de lugares, lo que marca es la atmósfera: un silencio antiguo, como si las piedras respiraran más despacio. La Vila Adentro no es solo el centro histórico de Faro, sino su memoria viva.

Catedral de Faro: una encrucijada de influencias con vistas a la Ría Formosa

La Sé de Faro ocupa el lugar de una antigua basílica paleocristiana que, tras la invasión musulmana, fue transformada en mezquita y posteriormente reconvertida en iglesia cristiana tras la Reconquista en el siglo XIII. De aquel pasado plural quedan apenas huellas visibles, pero su estructura actual condensa varias épocas: la base gótica, la torre de planta cuadrada, los detalles renacentistas en la portada principal y los añadidos barrocos en capillas interiores. Es una catedral construida a lo largo de siglos, y su irregularidad estilística la hace única.

En el interior, destacan los retablos dorados del siglo XVIII, las tallas de madera policromada y el órgano barroco de tubos, todavía funcional. Algunas capillas están revestidas de azulejos del siglo XVII con escenas religiosas y motivos geométricos. La subida a la torre, por una escalera angosta, permite una de las vistas más completas de Faro: el laberinto del casco antiguo, la extensión de la Ría Formosa y, en días despejados, el perfil de las islas al fondo. Las cigüeñas que anidan en el campanario no se inmutan ante los visitantes: parecen formar parte del templo, como guardianas aladas de la ciudad.

Igreja do Carmo y Capela dos Ossos: el barroco que mira a la muerte

Situada al norte del centro, la Igreja do Carmo deslumbra por su fachada barroca, rematada por dos torres gemelas y una profusión de detalles en piedra que parecen querer desafiar la gravedad. Construida en el siglo XVIII gracias al oro traído de Brasil, su interior es un ejemplo refinado del arte sacro portugués: retablos profusamente decorados, tallas de madera dorada y una atmósfera que invita al recogimiento.

Pero lo que convierte a esta iglesia en un lugar inolvidable es la Capela dos Ossos, ubicada en su parte trasera. Esta pequeña capilla está completamente revestida de huesos humanos: cráneos, fémures, costillas y vértebras cuidadosamente dispuestos para formar un patrón macabro. Construida en 1816 con los restos de más de mil monjes carmelitas exhumados del cementerio local, la capilla no busca provocar miedo, sino reflexión. Sobre su entrada se lee: «Pára aqui a considerar que a este estado hás-de chegar». Detente aquí y considera: a este estado has de llegar tú también.

Museos de Faro: pequeñas joyas para una visita pausada

Faro no presume de grandes museos, pero los que tiene ofrecen una experiencia íntima y pausada. El Museo Municipal, instalado en el antiguo convento renacentista de Nossa Senhora da Assunção, es una joya tanto por su contenido como por su continente. Aquí se pueden ver mosaicos romanos procedentes de Milreu —como el célebre mosaico de Neptuno—, esculturas medievales, pinturas religiosas y obras de artistas portugueses contemporáneos. El claustro del convento, perfectamente conservado, es en sí mismo una invitación a la contemplación.

Otro espacio destacado es el Centro de Ciência Viva do Algarve, ideal para quienes viajan con niños o desean entender mejor el ecosistema único de la Ría Formosa. Hay acuarios, simuladores y módulos interactivos que explican desde el ciclo del agua hasta la migración de las aves. También destaca la Galería Trem, ubicada en un antiguo edificio militar, que acoge exposiciones temporales de arte contemporáneo. Todos estos espacios comparten una misma cualidad: son museos que no abruman, sino que ofrecen refugios de conocimiento en medio de la ciudad.

Qué visitas realizar cerca de Faro: islas, aldeas y salinas que brillan al sol

Una de las mayores ventajas de alojarse en Faro es su ubicación estratégica para explorar el Algarve más allá de las postales típicas. Desde el muelle de Porta Nova parten embarcaciones hacia la Ilha Deserta, una lengua de arena solitaria donde las dunas se suceden sin interrupción y las aguas se presentan en tonos de azul translúcido. Aquí solo se encuentra el restaurante Estaminé —sostenible y alimentado por energía solar—, lo que refuerza la sensación de estar al margen del mundo. También se puede visitar la Ilha da Culatra, con calles de arena, barcas de colores y una comunidad que vive principalmente de la pesca, ajena al turismo masivo.

Olhão

Hacia el interior, a menos de 10 kilómetros, se encuentra Estoi, un pequeño pueblo dominado por el Palacio de Estoi, una joya neorrococó de color rosa, rodeada de jardines formales con azulejos, estatuas y escalinatas. Muy cerca, las ruinas romanas de Milreu conservan mosaicos con motivos marinos y termas bien delineadas, revelando el esplendor de una villa del siglo I. Otro destino cercano es Olhão, con su mercado de hierro forjado junto a la ría —especialmente animado los sábados por la mañana— y su laberinto de casas cúbicas blancas, herencia de la influencia norteafricana. Y si se dispone de algo más de tiempo, Tavira, con sus calles adoquinadas, su puente romano y una decena de iglesias barrocas, regala una estampa más pausada y nostálgica del Algarve.

Qué restaurantes recomendados hay en Faro: tabernas tradicionales y de autor para saborear el Algarve

Faro es una ciudad que se saborea a fuego lento. Desde tascas familiares hasta propuestas de autor, la oferta combina tradición, frescura y cercanía. En el casco antiguo, Tertúlia Algarvia ofrece recetas regionales con presentaciones cuidadas, como la açorda de marisco o el pulpo a la lagareiro. A pocos pasos, A Venda se ha convertido en uno de los restaurantes más singulares de Faro: instalado en una antigua tienda de comestibles, sirve platos como la tiborna de sardina o el cerdo con almejas, en un ambiente entre lo doméstico y lo retro. En O Gimbras, más frecuentado por locales, la carta gira en torno al pescado del día, con opciones sencillas y generosas.

Para quienes prefieren dejarse guiar por el mercado, el Mercado Municipal de Faro es el lugar donde empieza todo: puestos repletos de mariscos vivos, quesos del Algarve, higos secos, almendras y vinos de la región. Muchos chefs locales hacen aquí sus compras diarias. En la Marina y en la zona de la Avenida da República abundan las terrazas para cenar con vistas a los barcos, mientras que en la Ilha da Culatra o la Ilha do Farol se puede almorzar pescado a la brasa con los pies en la arena.