Bajo las calles de París, donde el bullicio de los bulevares oculta su secreto más oscuro, se extiende un vasto entramado de túneles que guarda los restos de más de seis millones de personas. Las catacumbas de París, convertidas en uno de los lugares más inquietantes y fascinantes de la capital francesa, son mucho más que un osario: son un viaje a la historia oculta de la ciudad, su cara B, un escenario donde geología, urbanismo y memoria se entrelazan en un relato insólito. Recorrerlas es caminar por pasillos infinitos, entre muros levantados con huesos humanos que dibujan un paisaje tan perturbador como hipnótico.
- Historia y función de las catacumbas de París: la antigua cantera de piedra reconvertida en osario monumental
- Cómo visitar las catacumbas de París: un descenso al corazón de la tierra
- Qué podrás ver en tu visita: inscripciones, altares y muros hechos de huesos humanos
- Consejos: qué llevar, accesibilidad, restricciones y curiosidades
Historia y función de las catacumbas de París: la antigua cantera de piedra reconvertida en osario monumental
Las catacumbas de París se asientan sobre antiguas canteras subterráneas de piedra caliza, excavadas desde la época romana para extraer el material que daría forma a muchos de los edificios más emblemáticos de la ciudad. Durante siglos, estos túneles permanecieron como un entramado olvidado bajo la superficie, hasta que en el siglo XVIII adquirieron una nueva y macabra función: albergar a los muertos.
A finales del siglo XVIII, los cementerios de París se encontraban desbordados. El más famoso, el cementerio de los Inocentes, en pleno corazón de la ciudad, era fuente de epidemias y malos olores que preocupaban tanto a los habitantes como a las autoridades. En 1786, el Consejo de Estado decidió trasladar los restos humanos a las galerías subterráneas de las canteras abandonadas. Durante casi dos años, procesiones nocturnas transportaron huesos en carros cubiertos con telas negras, acompañados por sacerdotes que recitaban oraciones, hasta depositarlos en este nuevo osario subterráneo.
Con el tiempo, las catacumbas dejaron de ser solo un depósito de restos humanos para convertirse en un espacio con un sentido más simbólico. En el siglo XIX, ingenieros como Louis-Étienne Héricart de Thury dieron a las galerías una disposición más organizada y estética, apilando los huesos en formas geométricas y creando inscripciones que recordaban el paso del tiempo y la fragilidad de la vida. Así, las catacumbas pasaron de ser un problema sanitario a convertirse en una especie de memento mori monumental, reflejo de la relación de París con la muerte y con su propia historia.
Cómo visitar las catacumbas de París: un descenso al corazón de la tierra
Hoy en día, solo una pequeña parte de este vasto entramado está abierta al público: un recorrido de aproximadamente 1,5 kilómetros que se inicia en la plaza Denfert-Rochereau. El acceso implica descender más de 130 escalones, hasta adentrarse en un ambiente radicalmente distinto al del París de la superficie. Allí, la temperatura constante ronda los 14 grados y la humedad impregna las paredes de piedra, creando una atmósfera singular que acompaña toda la experiencia.

La visita, que suele durar alrededor de 45 minutos a una hora, está estrictamente controlada. El número de visitantes diarios es limitado para preservar tanto la seguridad de los asistentes como la conservación del lugar. Por esta razón, es recomendable adquirir las entradas con antelación. Las catacumbas no son accesibles para personas con movilidad reducida, y tampoco están recomendadas para quienes sufran claustrofobia o problemas cardíacos, debido a las condiciones físicas del recorrido.
Qué podrás ver en tu visita: inscripciones, altares y muros hechos de huesos humanos
El recorrido por las catacumbas comienza con paneles explicativos que narran la historia de las antiguas canteras y su transformación en osario. Tras atravesar pasillos oscuros y húmedos, se llega a una inscripción en piedra que advierte: “Arrête! C’est ici l’empire de la mort” (“¡Detente! Este es el imperio de la muerte”). A partir de ese punto, el visitante entra de lleno en el osario, donde las paredes están revestidas con tibias y cráneos apilados con precisión arquitectónica.
Entre los rincones más llamativos se encuentran los altares conmemorativos y las columnas circulares levantadas enteramente con huesos. También destacan las inscripciones grabadas en piedra, que citan frases filosóficas y literarias relacionadas con la fugacidad de la vida. Algunas de ellas datan de principios del siglo XIX y convierten la visita en una experiencia casi meditativa.
Además de los huesos, el recorrido revela detalles curiosos como la Fuente de la Samaritana, una pequeña cavidad donde antaño brotaba agua subterránea, o salas utilizadas por la Inspección General de Canteras para labores de mantenimiento. En tiempos más recientes, estos pasadizos también sirvieron de refugio de la Resistencia francesa durante la Segunda Guerra Mundial e, incluso, de improvisados espacios de reunión para exploradores urbanos.
Consejos: qué llevar, accesibilidad, restricciones y curiosidades
Al tratarse de un espacio subterráneo con temperatura fresca y constante, se recomienda llevar una chaqueta ligera incluso en verano. El suelo es irregular y en ocasiones húmedo, por lo que un calzado cómodo y cerrado resulta imprescindible. No está permitido llevar mochilas grandes ni maletas, y las fotografías están restringidas: solo se permiten sin flash para no dañar los restos.
Es importante tener en cuenta que el acceso no es apto para personas con movilidad reducida, y los menores de 14 años deben ir acompañados de un adulto. La experiencia puede resultar demasiado impactante para los niños más pequeños, algo que cada familia debe valorar. La visita está diseñada para grupos reducidos, lo que contribuye a preservar la atmósfera de recogimiento que caracteriza a este lugar.
Una curiosidad que pocos visitantes conocen es que, fuera de la zona oficial abierta al público, existe un vasto mundo clandestino. Los llamados “cataphiles”, exploradores urbanos, se adentran en las secciones cerradas de las catacumbas, donde han creado murales, salas improvisadas para fiestas y conciertos e incluso cines subterráneos. Aunque esta práctica es ilegal y conlleva sanciones, forma parte del imaginario contemporáneo de las catacumbas, que siguen despertando una fascinación tanto oficial como secreta.
