Silves, la antigua capital del Algarve, es una joya enrojecida por la piedra de su castillo y las memorias que se esconden entre sus colinas. A orillas del río Arade, esta ciudad serena parece suspendida entre dos tiempos: el esplendor andalusí que la hizo brillar hace mil años y la calma rural del Algarve interior, donde los naranjos perfuman el aire y el turismo masivo todavía no ha borrado las huellas del pasado. Caminar por Silves es viajar a una época en la que poetas árabes escribían en sus jardines y los barcos remontaban el río cargados de sedas y especias.
- Historia de Silves y herencia árabe
- Qué puedes ver en la localidad
- Dónde comer
- Qué ver en los alrededores
Historia de Silves y herencia árabe: la capital del reino que brilló en época de Al-Ándalus
Fundada por los romanos bajo el nombre de Cilpes, Silves alcanzó su apogeo bajo el dominio musulmán, entre los siglos IX y XII. Entonces se conocía como Xilb, una de las ciudades más prósperas del sur peninsular, famosa por sus murallas rojizas, sus mezquitas y sus sabios andalusíes. Durante la época del Califato de Córdoba, Silves rivalizaba en esplendor con Sevilla o Lisboa; se la llamaba incluso “la Bagdad del Occidente” por la riqueza de su vida intelectual. Aquí florecieron matemáticos, médicos y poetas, y el río Arade era una vía de comercio que unía el Atlántico con las rutas interiores.
Su fortaleza, construida en piedra arenisca roja, simbolizaba tanto la fuerza como la sofisticación de la ciudad. El castillo dominaba una urbe trazada con precisión geométrica, repleta de palacios, baños públicos y jardines irrigados mediante complejos sistemas hidráulicos. Silves fue también uno de los últimos bastiones musulmanes del Algarve: resistió heroicamente el avance cristiano hasta que fue tomada en 1189 por Sancho I de Portugal, con ayuda de cruzados nórdicos. Sin embargo, la reconquista no fue definitiva y los almohades recuperaron la plaza poco después, hasta que en 1242 cayó definitivamente bajo dominio portugués.

Durante la Edad Media, Silves perdió lentamente su esplendor. El río Arade se fue sedimentando, dificultando la navegación y aislando a la ciudad del mar. Pero su pasado árabe quedó grabado en cada esquina: en los restos de sus murallas, en la toponimia, en los patios interiores donde aún resuenan ecos de fuentes desaparecidas. Hoy, ese legado se percibe en la estructura laberíntica del casco viejo y en la forma de sus tejados y arcadas, una herencia que confiere a Silves una personalidad única dentro del Algarve.
Qué puedes ver en la localidad: perderse entre sus patios y sinuosas calles con el rumor del Arade de fondo
Silves es una ciudad para caminar despacio. El itinerario ideal comienza junto al puente romano, que aunque reconstruido en el siglo XV conserva su traza original. Desde allí, la vista asciende hacia el castillo y la catedral, con las casas blancas escalando la colina. En el camino, las calles empedradas se estrechan, serpenteando entre fachadas encaladas y puertas color esmeralda.
La Praça do Município es el corazón del pueblo, rodeada de cafés donde los locales aún conversan al atardecer. No lejos de allí se encuentra el Mercado Municipal, un edificio moderno pero que mantiene la tradición de vender productos frescos del valle: naranjas, higos, almendras y miel.

Otro rincón encantador es el Largo dos Mártires, desde donde se obtienen vistas privilegiadas del río y las colinas vecinas. Silves invita a perderse sin rumbo, descubriendo sus azulejos antiguos, buganvillas que caen sobre los muros y pequeños talleres de cerámica o cuero.
Castillo de Silves: la fortaleza roja que domina el Algarve interior
El Castillo de Silves es el mejor conservado de todo el Algarve y una de las fortalezas más imponentes de Portugal. Construido entre los siglos VIII y XIII, está hecho con grés vermelho (arenisca roja) extraída de la región, lo que le da su característico tono rojizo que se incendia con la luz del atardecer. Desde sus murallas se domina todo el valle del Arade, y en días despejados se puede ver incluso el mar a lo lejos.
En su interior aún se conservan los aljibes y las cisternas que garantizaban el agua a la población en tiempos de asedio, así como restos de torres defensivas y un centro de interpretación que explica la vida cotidiana durante la época musulmana. Uno de los rincones más evocadores es la gran cisterna del siglo XI, de unos 40 metros de profundidad, que hoy se puede visitar. Las excavaciones arqueológicas han revelado fragmentos de cerámica, utensilios domésticos y monedas que muestran la intensidad del comercio que mantuvo la ciudad. Al caer la tarde, el castillo se ilumina y su silueta roja sobre el horizonte resume, como pocas, la historia del Algarve.

Catedral y centro histórico: un pueblo sobre los cimientos de la antigua mezquita y entramado árabe medieval
Frente al castillo se alza la Catedral de Silves, construida en el siglo XIII sobre el solar de la antigua mezquita mayor. Es uno de los templos góticos más importantes del sur de Portugal. Su fachada de piedra rojiza y blanca crea un contraste elegante, y en su interior reposan los restos de varios obispos y caballeros que participaron en la reconquista. La nave principal, sobria y luminosa, guarda un aire casi cisterciense.
El casco histórico que rodea la catedral es un entramado de calles empinadas, con casas encaladas y balcones de hierro forjado. Aquí se respira la mezcla de culturas que define Silves: inscripciones árabes en las piedras reutilizadas, ventanas manuelinas y patios interiores que conservan el frescor de las buganvillas. Entre los lugares más agradables para pasear están la Rua da Sé y la Rua 25 de Abril, donde pequeñas tiendas venden productos locales y artesanía.

Museos y patrimonio cultural: el alma escondida de Silves
El Museu Municipal de Arqueologia de Silves es una parada imprescindible para comprender la profundidad histórica de la ciudad. Se construyó alrededor de un pozo cisterna árabe del siglo XI, perfectamente conservado y accesible. En sus salas se exponen piezas que abarcan desde la prehistoria hasta la Edad Media: herramientas de sílex, ánforas romanas, azulejos andalusíes y joyas medievales. El museo ofrece además una visión clara de la evolución urbana de Silves y de su importancia como centro cultural en la época islámica.
También merece una visita el Centro de Interpretação do Património Islâmico, que profundiza en la herencia árabe del Algarve, con maquetas, paneles interactivos y poemas traducidos del árabe clásico. A lo largo del año, Silves celebra el Festival Medieval, que transforma la ciudad en un escenario vivo de su pasado: calles engalanadas, música, mercados y recreaciones históricas que devuelven la vida a la antigua Xilb.
Dónde comer: sabores a caballo entre el Atlántico y los naranjos del Arade
La gastronomía de Silves combina la tradición marinera del Algarve con los productos del interior. Uno de los mejores lugares para probarla es Restaurante Marisqueira Rui, conocido por sus mariscos frescos y su arroz de tamboril. También destacan Café da Rosa, en el centro, con platos de cocina casera y una terraza con vistas al castillo, y O Barradas, en las afueras, rodeado de naranjales, donde sirven cordero al horno y vino local.
No se puede dejar Silves sin probar sus dulces típicos: las queijadas de figo, los dom-rodrigos o las tortas de laranja, elaboradas con los cítricos de la región. Muchos viajeros coinciden en que el aroma de las naranjas del Arade es uno de los recuerdos más perdurables de la visita.
Qué ver en los alrededores: colinas, viñedos y el eco del Atlántico
Silves está rodeada de un paisaje de colinas suaves cubiertas de alcornoques y pinos, ideal para excursiones tranquilas. A pocos kilómetros se encuentra la presa de Barragem do Arade, un lugar apacible donde se puede caminar o hacer picnic con vistas al embalse. En dirección sur, el pueblo de São Bartolomeu de Messines conserva el encanto rural del Algarve más auténtico.

Hacia la costa, a unos 20 minutos en coche, espera Carvoeiro, con su litoral recortado por acantilados dorados y cuevas marinas, y Praia da Marinha, considerada una de las playas más bellas del mundo. Otra visita recomendable es Monchique, en la sierra del mismo nombre: un refugio de aguas termales, bosques y senderos, perfecto para quien busca naturaleza y silencio.
