Elevándose sobre la ría del Nervión con su inconfundible silueta de hierro, el Puente de Vizcaya —conocido popularmente como Puente Colgante— no es solo una obra de ingeniería única en el mundo, sino también un símbolo vivo de la Revolución Industrial en el País Vasco. Desde 1893 conecta las localidades de Portugalete y Getxo mediante un transbordador que aún hoy funciona con precisión centenaria. Declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO en 2006, este puente es mucho más que un paso: es una experiencia cultural en sí misma, una puerta para descubrir la historia obrera de la margen izquierda y la elegancia residencial de la margen derecha.
Historia del puente: un emblema de la arquitectura del hierro en la ría del Nervión
El Puente de Vizcaya se inauguró el 28 de julio de 1893 y supuso toda una revolución para la vida de los habitantes de la ría. Fue diseñado por Alberto de Palacio, discípulo de Gustave Eiffel, con la idea de resolver un problema práctico: cómo conectar Portugalete y Getxo sin interrumpir la navegación de los barcos mercantes que entraban y salían del puerto de Bilbao. La solución fue un transbordador aéreo, suspendido de una estructura de hierro de 45 metros de altura, que permitía transportar personas, mercancías e incluso carruajes de un lado a otro sin obstaculizar el tráfico fluvial.
La construcción costó 800.000 pesetas, una cifra descomunal para la época, sufragada en parte por inversores privados que vieron en el proyecto no solo una solución de movilidad, sino también un escaparate del poder industrial vizcaíno. La estructura principal mide 160 metros de largo y pronto se convirtió en un referente internacional: ingenieros de Francia, Argentina o Inglaterra se inspiraron en él para levantar puentes similares, aunque ninguno alcanzó la misma longevidad ni el prestigio histórico del original.

Durante la Guerra Civil, el puente fue volado parcialmente por las tropas republicanas en retirada, que intentaban frenar el avance franquista. Sin embargo, su robustez permitió que fuera reconstruido en 1941, con algunos cambios técnicos pero manteniendo su diseño esencial. Desde entonces, ha resistido temporales, crisis industriales y el paso del tiempo, consolidándose como el puente transbordador en uso más antiguo del mundo y todo un emblema para los vizcaínos.
Por qué visitarlo: la pasarela panorámica y el transbordador aéreo
La experiencia de visitar el Puente de Vizcaya tiene dos caras complementarias. La primera es subir a su pasarela peatonal, situada a 45 metros de altura, que permite recorrer los 160 metros de longitud de la estructura con vistas privilegiadas de la ría del Nervión, el puerto de Bilbao y, en los días despejados, hasta la desembocadura en el mar Cantábrico. El paseo por la pasarela, accesible mediante ascensores panorámicos instalados en las torres, es una de las experiencias más impresionantes de Bizkaia para quienes no tienen vértigo.
La segunda, más cotidiana pero igual de sorprendente, es cruzar en el transbordador suspendido, conocido como la barquilla. Esta plataforma, capaz de transportar seis coches y decenas de pasajeros al mismo tiempo, realiza el trayecto de orilla a orilla en apenas minuto y medio. Para los habitantes de la zona es un medio de transporte práctico y rápido, pero para los visitantes constituye un viaje en el tiempo, pues conserva intacto el espíritu con el que fue concebido en el siglo XIX.

El contraste entre la monumentalidad de la pasarela superior y la sencillez funcional de la barquilla refleja el alma del propio puente: a medio camino entre el espectáculo arquitectónico y la herramienta diaria de quienes lo usan. No es extraño que, al caer la tarde, la barquilla se llene de turistas con cámaras mientras en los extremos esperan vecinos que simplemente regresan de trabajar.
Qué puedes ver en la zona: entre el casco histórico de Portugalete y las mansiones de Getxo
Visitar el Puente de Vizcaya es también la excusa perfecta para conocer los dos mundos que conecta. En la margen izquierda, Portugalete ofrece un casco histórico medieval declarado Conjunto Monumental. Sus callejuelas empedradas conducen a la basílica de Santa María, una joya gótica del siglo XV, y al famoso mirador del Salto del Carnero, desde donde se obtiene una de las mejores vistas del puente. Portugalete conserva además el ambiente popular de un municipio obrero que creció al calor de la siderurgia y la minería, con tabernas donde aún se sirven pintxos clásicos y txakoli local.
En la margen derecha, Getxo despliega un paisaje totalmente distinto. Aquí destacan las elegantes mansiones construidas por la burguesía bilbaína de finales del XIX, que buscaba aire limpio y tranquilidad frente a la industrializada margen izquierda. El barrio de Las Arenas, junto al puente, es perfecto para pasear entre palacetes modernistas, mientras que el cercano Puerto Viejo de Algorta mantiene el encanto marinero con sus casas encaladas y calles estrechas. Desde allí, la costa de Getxo ofrece un atractivo extra: playas urbanas como Ereaga y paseos marítimos que conducen hasta los acantilados de La Galea.
El Puente de Vizcaya no solo une dos orillas, sino también dos formas de vida: la tradición obrera y marinera de Portugalete frente a la opulencia residencial de Getxo. Caminar de un lado a otro es casi como viajar en el tiempo, recorriendo la historia social y económica de Bizkaia en apenas unos pasos suspendidos sobre la ría.
