Trastevere
Trastevere es uno de los barrios con más personalidad de la Ciudad Eterna. Sus callejuelas serpenteantes, sus fachadas anaranjadas por las que trepan hiedras y buganvillas, sus comercios tradicionales… Resulta imposible no caer rendido a sus encantos, especialmente por las tardes, cuando las terrazas empiezan a llenarse de turistas y autóctonos, y sus calles y plazas ofrecen una vitalidad extraordinaria.
No obstante, en sus orígenes el Trastevere era un simple barrio obrero ubicado, como reza su nombre (Trans Tiberum), al otro lado del río. Debido a ello, mantuvo un cierto aislamiento con el resto de la ciudad hasta que el papa Sixto IV se encargó de conectar ambas orillas por medio del ponte Sisto.
Algunos aseguran que fueron los norteamericanos que lucharon en la Segunda Guerra Mundial y las películas del Neorrealismo italiano los principales culpables de que el barrio se convirtiera en una visita obligada para los turistas. Lo que vendría después, es bien conocido: subidas en los precios de los alquileres, turismo de masas, vecinos molestos…
Pese a la inevitable gentrificación, hoy día el Trastevere sigue peleando por conservar esa identidad tan particular, casi de pueblo, que lo diferencia del resto de Roma, y, afortunadamente, no ha perdido un ápice de su encanto centenario. Se trata de uno de esos distritos que deben ser recorridos sin rumbo fijo, dejándose guiar por los sentidos, apreciando los matices y disfrutando sin prisas de un paisaje urbano extraordinariamente bello.
Si bien el barrio admite infinitas formas de recorrerlo, sí o sí hay que detenerse en la plaza de Santa María y sentarse en una de las terrazas, o simplemente en los peldaños de su fuente, para descubrir su atmósfera. Las fachadas de la plaza, algunas con la pintura levantada y las contraventanas maltrechas, testimonian el paso del tiempo y le imprimen una pátina histórica que, en lugar de restar, le otorga un encanto único. Allí, en una esquina sobresale la basílica de Santa María, el templo más famoso del barrio, cuya portada fue diseñada por Carlo Fontana. Vale la pena ingresar a su interior para apreciar los atractivos mosaicos del ábside, ejecutados por Pietro Cavallini, y su espectacular techo dorado con casetones en forma de estrella.
A apenas 100 metros de la plaza nace la via della Scala, en la que se suceden diferentes anticuarios, tiendas de ropa, ultramarinos y zapaterías, entre otros muchos comercios. Esta calle desemboca en la Porta Settimiana (perteneciente a la antigua muralla) para convertirse en la via della Lungara, donde se encuentra el palacio Corsini —una de las sedes del Museo Nacional Romano— y la Villa Farnesina, ornamentada con frescos de Rafael Sanzio.
Antes de despedirnos del Trastevere, regresaremos sobre nuestros pasos para tomar la via Garibaldi y ascender hacia la iglesia de San Pietro in Montorio, que alberga en uno de sus patios el célebre Tempietto de Bramante. Esta pequeña construcción, levantada donde según la tradición cristiana fue crucificado San Pedro, está considerada uno de los mejores exponentes del clasicismo arquitectónico del Renacimiento.